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Héctor Floriani | ||||||||||||
Homenajes |
Gustavo Chialvo | |||||||||||
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IN MEMORIAM - Adrián Caballero Dos fueron los aspectos más descollantes en el perfil del maestro, colega y amigo desaparecido: la amplitud y profundidad de sus intereses culturales, y la originalidad, e incluso heterodoxia, con que ponía en acción su bagaje cognoscitivo. Estos rasgos intelectuales se complementaban con una enorme calidez humana; no siempre evidente, sin embargo, por su natural propensión a la discreción, a la austeridad expresiva, a la introspección. Los sesenta y seis años vividos por Adrián dejaron huellas de todo tipo, pero aquéllas más pertinentes para este recordatorio son las que remiten a su quehacer académico y profesional. Los amigos y colegas de memoria más longeva lo recuerdan ya como un alumno intelectualmente inquieto en la Escuela de Arquitectura de Rosario de los años '50, rápidamente incorporado a la actividad docente, en la que enseguida descolló. Así, a inicios de la década de los '70 fue protagonista primario de la experiencia institucional recordada como “el proceso de Arquitectura”, que pretendió innovar radicalmente la enseñanza de la disciplina: tamaño intento –huérfano, aún hoy, de una evaluación rigurosa, e indisociable del contexto cultural y político, nacional e internacional, de entonces- habla con elocuencia de los intereses de Adrián. Tal vez fue su protagonismo en esa experiencia, sumado a su adscripción al campo progresista de la política de entonces, lo que “condenó” a Adrián –en la lógica autoritaria del régimen de facto del 76 al 83- a su expulsión de nuestra Facultad. Fue poco después de eso que llegó, ayudado por algunos amigos en la búsqueda de un medio de vida compatible con su entrañable vocación por la docencia, a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santa Fe; que no habría de abandonar, quizás en agradecimiento a aquel oportuno refugio, ni con la reincorporación a la UNR en 1984 ni con la creación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional del Litoral, de la que también sería docente destacado. Si bien el desarrollo académico y profesional de Adrián alcanzó los mayores niveles de consolidación en el campo del urbanismo, es justo recordar que nunca perdió un interés apasionado por la arquitectura en sentido lato, por el proyecto de edificios: amaba la buena arquitectura, llevó a cabo un ejercicio permanente –aunque muy discreto- del oficio de proyectista edilicio, enseñó en la universidad también el “arte de proyectar”, y en los relatos de sus viajes jugaba siempre un rol protagónico la escala edilicia de las ciudades y territorios visitados. A pocos como a Adrián cabe tan bien la caracterización de “arquitecto urbanista”. En su recorrido profesional sobresalen su participación en el proyecto de Nueva Federación, su paso por la función pública provincial en los '80, su trabajo como consultor en variados emprendimientos de escala urbano-territorial. En la universidad alcanzó por concurso las máximas jerarquías académicas, y llegó a comprometerse, como Consejero Directivo y Secretario Académico, en la gestión de la FAPyD. La enorme distancia entre la realidad cotidiana y los sueños que lo motivaban –sueños de una sociedad más integrada, más culta, más estética-, así como la creciente consciencia de las trabas para achicar esa distancia, llevaron a menudo a Adrián al borde del desaliento. En tales circunstancias se presentaba como un nihilista consumado, como un gran escéptico... Y sin embargo, nunca dejó de percibirse en él un núcleo luminoso de esperanza, pese a todo. Al rememorar a Adrián, y al extrañarlo, dos sentimientos se mezclan, ocupando todo el espacio del recuerdo: el dolor por la ausencia que es y el agradecimiento por la presencia que fue. Héctor Floriani Hay cierta clase de peces que no se pueden atrapar. No es que sean más fuertes o rápidos que otros. Es sólo que están tocados por algo extraordinario... Para cuando yo había nacido, él ya era una leyenda...(1) “Gustavo, si pasa algo estoy tranquilo... el domingo les metimos tres a los leprosos”, disparaste camino al cirujano. Reflejo de una habilidad única: ésa capaz de poner un pie en el Cielo y otro en el Infierno a un mismo tiempo, de conocer a fondo grandezas y pequeñeces, el todo y el detalle. El ladrillo y la ciudad. Irremediablemente Arquitecto, el tipo. Oficio (y no mera profesión) genético de las afinidades primeras, extendidas luego a otros ámbitos en el café habitual. Política, filosofía, historia; todos los asuntos complementarios a la existencia que dilatan (que auspician) aquellos momentos en donde se debaten los temas esenciales, los Juegos Sagrados. O sea, el fútbol y las minas. Juegos éstos que implican por su condición, matices ocultos y por ello, los únicos que valen la pena ser jugados. Aquellos que contienen sutilezas destinadas solo al ojo fino del arquitecto, el artesano supremo. La realidad, elemento primitivo, a través de tu cristal se transforma y renace en un orden superior; diverso y mejorado. Y entonces, el café compartido sabe mejor y los cuentos discurren con ritmo borgeano. Y el cine esquizofrénico de Allen es cándida poesía; y la arquitectura se impregna del vuelo horizontal de Wright; y la charla, de entrañable calidez dolineana. Los goles, siempre de Diego; las hembras, puras Pampitas... Conociendo el paño por dentro de tus múltiples facetas te sé (te sabemos): el amable neurótico, el fanático reflexivo, el obsesivo quisquilloso, el adorable déspota, el anarquista de derecha... Complejo y complicado. Tipito irrepetible, garante de singularidades infinitas que no implican contradicción de tipo alguno; muy por el contrario, prueba contundente de aquellas multitudes que tu inabarcable ser contiene. Al lector perfeccionista le advierto: no encontrará usted aquí el tiempo de verbo pasado apropiado a este relato. Pero entienda una cosa bien: el equivocado en este asunto no es otro que su prurito gramatical. Porque los espíritus grandes, esos cuya profusa avidez reniegan de envases ordinarios; esos no se mueren jamás. Metamorfosis mediante, persisten en otras formas. A veces, formas menores y desarticuladas; las formas imperfectas, incompletas y fragmentarias de sus sucesores, pero constatación indiscutible de su condición eterna. ...el destino –lo que vitalmente se tiene que ser o no se tiene que ser- no se discute, sino que se acepta o no. Si lo aceptamos somos auténticos; si no lo aceptamos, somos la negación, la falsificación de nosotros mismos... (2) Todo varón que se precie enfrenta su destino irrevocable. El tuyo, irrepetible, resultó ser el de Dorian Gray criollo, alma cimarrón en cueros de manso cordero. Y naturalmente, forzosamente, lo asumiste. Entonces, fiel a tu obligación, cerraste la puerta cuando las marcas añejas del retrato apuraban por estallar. Sabiendo que sólo se es cuando se es pleno; y la juventud, tu único estadio pertinente. Las fiestas decaen antes del remate y un dandy sabio debe marcharse temprano, regla elemental en tu manual. Ése es un modo de irse digno. Ahorrándonos la indecorosa expresión de la vejez. Íntegro, completo, impecable. Valga la demora de estas palabras que, para homenajearte con toda coherencia, respetaron ceremoniosamente la dilación prudente de tus procederes. ...lo que verdaderamente cuenta es lo que no figurará en las biografías oficiales, lo que no se inscribe en las tumbas; ... el transcurso del tiempo no hace sino agregar un vértigo más a la desdicha... (3) Desde mi espejo deforme que me devuelve una imagen que sueña con ser la tuya, te abrazo sintiéndome designado a preservarte, gambeteando las miserias del olvido. Porque ya se sabe que escalón del Infierno les toca a los ingratos; y yo, como los muchos bendecidos por tu amistad, custodiamos ese lugar. El tuyo. El nuestro. El ínfimo, el íntimo, el último de tus hermeneutas. (1) Burton, Tim. Párrafo inicial de la película Big Fish. |
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